Día veinticinco: sábado 17 de agosto
Es sábado por la noche y estoy estimulado por el humo que no fumo. Vengo escuchando a Natalia Lafourcade desde hace unas horas. Anoche Kristhel me hizo prestar atención a algunas de sus canciones. Quizá como queriendo dedicármelas, pero sin decirlo explícitamente.
Nunca es suficiente me ha parecido bastante honda. Me conmueve. Creo que me gusta muchísimo la facilidad con que expresa el desamor en uno de sus puntos más dolorosamente agudos: el momento exacto de la comprensión atroz (tú eliges si será breve o extensa) de que todo se acabó.
Solo quien ha terminado una relación amorosa importante, de esas que cambian y enrumban la vida, de esas que marcan y que con el recuerdo fresco todavía provocan calambres en el alma, solo ellos, solo ellas, los sobrevivientes del desamor, saben lo difícil e insoportable que puede llegar a ser ese momento exacto.
Esta canción, lenta y llorosa pero bella, habla de ello. Del momento en que el amante, ese sujeto al que nos hemos entregado, se va. Quizá no físicamente (porque podrían pasar todavía unos meses, unos años hasta verbalizarlo o decidirlo), pero sí del ‘nosotros’: cuando entiendes que, como canta Natalia, ese que amabas se perderá en los recuerdos por haberte hecho llorar.
De toda la canción, esta parte me conmueve mucho:
"Mi corazón estalla por tu amor y ¿tú qué crees?, ¿que esto es muy normal? Acostumbrado estás tanto al amor que no lo ves, yo nunca he estado así: si de casualidad me ves llorando un poco es porque yo te quiero a ti."
Creo que me he sentido en ambas posiciones: como el que canta esas letras y como al que se las cantan. Es el reclamo legítimo, entre esos dos que ya no son uno, de quien ha sido menos amado. Tan acostumbrado has estado a que te ame de esa manera que no has sido capaz de comprender la verdadera dimensión de lo que significa mi amor: esa es la exigencia. No es poca cosa, pues avizora la grieta insalvable que ahora los separa.
Hay varias versiones. La del Spotify Session me gusta por lo íntimo que resulta. La versión oficial me gusta por su videoclip. Comienza con una cama que gira mientras va mostrando varias parejas en sus diferentes desencuentros: el aburrimiento, lo que agota, ese final que se aproxima. Llama la atención lo que aquí se propone con los personajes: cómo se transita con tanta facilidad de esa proximidad amorosa al contacto agresivo, de los abrazos a los golpes. Acaso porque ambas situaciones son formas del contacto corporal, acaso porque ambos gestos –los golpes, los abrazos– son los símbolos de lo más irracional que tiene el amar: la pasión, la desesperación.
Nunca es suficiente para mí es, por tanto, un himno a esa declaración que, un poco escondida, contiene la canción: “yo quisiera hacerte más feliz”. Pero claramente no puedo. Así que solo queda aceptar el fin. Cantar la pena, musicalizarse el dolor y seguir. Seguir.
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