lunes, noviembre 04, 2019

XXVI. La historia no es tan sencilla

Día veintiseis: martes 05 de noviembre


La historia no es tan sencilla. Ambos lo sabemos bien. Me la has contado en fragmentos inconexos. Una suerte de rompecabezas emocional que yo he ido armando en distintos momentos sin tener un plano claro. Sin poseer una imagen final (ni certera) de lo que estos episodios, reunidos en conjunto, podrían significar. Aunque creo que aquí estoy mintiendo: sé a dónde conducen (al menos en apariencia), también qué imagen logran en conjunto. Lo primero que me contaste fue que tu ex te seguía escribiendo. Acabábamos de conocernos, todavía fumaba y me dijiste, como quien cuenta algo normal, que sí, que todavía él te seguía escribiendo. 

Solo unos meses después, cuando ya nos acostábamos con regularidad, entendí que él te escribía insultos. También te chantajeaba. Videos y fotos, creo. No estoy seguro de esto último. Pero había una amenaza constante allí. Estabas en clases (aún no las abandonabas), en casa. Y llegaba un mensaje de texto. Temblabas, su presencia digital te desconcentraba. Había ansiedad. Necesitabas encender otro cigarrillo sabor sandía y seguir contándomelo. Lo tenías bloqueado de todas las redes, pero los mensajes siempre aparecían. Ahora, a varios años de esas tardes, recuerdo cómo me confiabas todo eso y cómo no me importaba mucho. No puedo evitar sentir cierta vergüenza al pensarlo. Al escribirlo. 

Te deseaba. Yo solo te deseaba. Tus piernas hermosas y breves, tu cara siempre suave, tu olor, tu humedad. Pero no tus palabras. Solo te deseaba como un cuerpo en el que podía ahogarme de placer con desesperación y recurrencia. Sé que te escuchaba y que repreguntaba (y a veces eso contribuía a reorientar tus monólogos), pero creo que no me importaba mucho lo que decías. Era un oidor pasivo e inoperante, incapaz de comprender. Ya lo sé: tampoco es que yo me encontrara tan saludable. Lamento justificarme así. Eran años en los que necesitaba dos o tres pastillas diarias para estabilizarme. Para no hundirme en el charco de voces (y culpas) que solían aparecer. 

Luego dejaste de hablarme. Una pausa prolongada en la que mis venas se abrieron solo un poco más. Al volver, tú también tenías marcas. En el vientre, en la ceja, en la rodilla izquierda. Un aborto en tiempos más allá del requerido, una cachetada que te envió contra los bordes de una mesa de noche, una caída al intentar bajar corriendo las escaleras de su casa. Te pregunté por qué habías vuelto con él. Porque me sentía sola, porque me gustaba, porque había algo en sus palabras que me hacían sentir. Que te hacía sentir. ¿Qué te hacía sentir? 

Te quedaste a dormir unas semanas conmigo. Recién estaba instalándome. Había retomado la terapia. Mis libros estaban en cajas, las ollas también. Me recortaron la mensualidad. No salía mucho de casa. Solo una vez, cada dos o tres días, para comprar cigarrillos, pan, sopas instantáneas, atunes, chocolates y leche. En ese tiempo creía que las propiedades desintoxicadoras de la leche podían extenderse hasta mis adicciones. Una vez preparaste salsa roja, la comimos en silencio. Estaba rica. Recuerdo que esa noche lo hicimos con calma, con una paciencia infinita que no me conocía. Recuerdo también que ninguno llegó al orgasmo: me quedé dentro tuyo, adormecido y calmado. 

Cuando empezaba a enamorarme de ti, te fuiste otra vez. Con mi familia, no sé por cuánto tiempo, me respondiste. Puedes retomar, yo estoy intentándolo también, podríamos intentarlo juntos, insistí. Esa vez sí quería escucharte en serio. Me miraste con ternura. Tú no entiendes nada, pequeño adicto. Me dejaste uno de tus polos como regalo. Llevaba la cara de la princesa Leia y debajo, en homenaje a Bowie, unas letras rojas que cantaban Rebel, Rebel. Lo usé durante mucho, hasta olvidar que inicialmente fue tuyo. 



Luego recaí y esta vez me internaron y tuve tanta mierda encima que dejé de pensarte. Uno o dos años después, Esteban me contó que te había hallado en esa fiesta. Y que pasó eso. Eso que ahora quiero contar. El motivo de este correo que no enviaré. Todo este preámbulo para expresar en palabras torpes e inútiles cómo esa noche, en la fiesta por los treinta años de ese imbécil, cogiste el cuchillo. El cuchillo que cortaría la torta. Allí, delante de todos, para amenazarlo, para vengarte. Para quitarle, por fin, la máscara de hijo ejemplar, de buen estudiante, de amigo solidario que golpea a su novia a escondidas. Dejar el anonimato para que todos se enteren la mierda de persona que era. Que es. 

Pero todo salió mal. Y era previsible. No había otra forma de que eso saliera así. Esteban cuenta, exagerado y torpe, brusco e ignorante. Lo odio, pero es quien me lo cuenta. No estaba borracha ni drogada, al menos no parecía estarlo. Yo fui uno de los que la agarró. Gritaba incoherencias. Llegó a pasarle el cuchillo encima de la casaca, sí, se la cortó un poco. Pero la agarramos rápido. Como una loca, huevón, imagínate, como una loca poseída. Estaba dolidaza, no paraba de gritar. 

No, no es así. Le digo a Esteban que tú me contaste que él te golpeaba. No me cree. Nadie nos cree. Todos han asumido que te comportaste así porque él te dejó. Por fin. Luego de tantos años. Después de tanto terminar y regresar. Te dejó, por fin. Solo fuiste a la fiesta para querer cagarlo, porque estabas celosa, porque no aceptabas que te dejara. Porque le dieron la beca además, ¿cómo no iban a dársela? Se va el próximo semestre. Es mejor alejarse de ti. Se habían vuelto tan tóxicos. 

No puedo seguir escuchándolo. Me invento una excusa. Regreso al carro a buscar mis cigarrillos. Solo queda uno. Lo enciendo, camino en busca de más. No tengo efectivo. Lo descubro recién en la tienda. No aceptan tarjetas. Estoy discutiendo con el tipo de la tienda. Le estoy gritando por no aceptar tarjetas. En medio de los gritos me doy cuenta de lo estúpido que soy. Me corto. Le digo disculpa, me voy. Quiero más cigarrillos, quiero fumar, quiero gritar, quiero llorar. Quisiera buscarte. Quisiera abrazarte y olerte. No tengo tus números, te perdí el contacto en redes hace mucho. Solo este correo aparece. Así que estoy escribiéndote. Aquí estoy intentando escribir parte de nuestra historia. No es tan sencilla.