martes, abril 09, 2019

XXII. La chica que cazaba dragones



Día vientidós: martes 9 de abril



Hay una escena. Me ha estado llamando desde muy temprano, el día anterior, la noche pasada. Alguien ya no está y ella está empezando a padecer su ausencia. Ahora yo la espero, bajo un sol de domingo y mediodía. Aún puedo fumar. Todavía nos mantenemos en contacto y hablamos con regularidad. Esa noche no he dormido bien: ha sobrevenido un poco de exceso, pero ella jamás lo sabrá. No tendría por qué. Suena Pulpos y yo creo ver, en su letra y melodías, algunas verdades (palabras de amor) que no podré decirle mientras la abrace y llore sobre mí, absoluta y perdida. Recuerdo que llevaba consigo algunas prendas que no eran suyas y que nunca la había visto tan enloquecida. Si en algún momento se convirtió en mi amiga, en mi confidente, fue porque ella podía ver/entender en mí algunas cosas que también eran suyas. Hermanos en la (auto)expulsión. Pero ahora estamos allí y caminamos sin rumbo. Así nos recuerdo cada vez que suena Pulpos. Hay un momento en que yo me pierdo, me dejo seducir por su dolor, unos instantes en que verdaderamente no sé qué hacer. (Hace años tuve que sacrificarla para seguir creyendo en una idea.) Pero pronto ella nos rescata: sus genuinos impulsos por observarse desde el lado maternal de las cosas. Entonces me conduce. Entiendan la paradoja: yo estaba allí para cuidarla y ella me termina conduciendo a mí. Le comento sobre esta canción, me dice que no la ha escuchado. Mucho tiempo después me contará que no le gusta tanto, yo le responderé que de maneras inevitables me recuerda a ella. 

A mi amiga y a mi, durante mucho tiempo, nos gustó Fito Espinoza.
Ella solía identificarse con este cuadro

Hay otra escena. Es madrugada, hace mil años, tenemos 20 o quizá 10, tal vez solo somos unos cigotos interactuando entre sí. Hemos ido a una simulación de concierto sobre el tipo que nos musicaliza la amistad. En algún momento de la noche, los roles, las identidades, se van a confundir. Yo exploraré sus miedos, su cuerpo. Ella me dirá cosas demasiado importantes para olvidar. Cosas que a veces preferiría no saber. Vamos a estar frente al mar. Vamos a caminar demasiado. Tiempo después la vida nos dinamitará. Pasarán muchos años hasta que volvamos a tener este tipo de conversaciones, de intimidad. Esta vez estamos en una banca, en alguna parte de la ciudad. El humo nos ha marcado y reímos a carcajadas, exagerados y estimulados por las posibilidades de la noche, de la amistad. Ya hemos llorado juntos y abrazados en una esquina miraflorinamente concurrida. Ya me he disculpado. Ya me ha enviado un mensaje (que luego borró) para estar al tanto si el procedimiento no sale bien. Ya me ha contado su cuota de toxicidad, sus sueños, sus nuevos ritmos de vida, sus gatos, la planta que cuidó su padre, su nombre falso, esos esporádicos encuentros con él, la voz de su madre, luna. Yo creo haberla escuchado un poco, le he ofrecido muchos cigarrillos, el número de mi terapeuta, creo que también le enseñé a abrazar bien. A veces, cuando (ya) no (me) responde, miro nuestras conversaciones pasadas, interacciones digitales que testimonian una amistad, algunas complicidades, varias confesiones. 

La chica dragón (también de Fito Espinoza). ¿No es acaso una linda alegoría
sobre las posibilidades de aprender a controlar a las propias bestias?
Alguien dijo que la familia son los amigos que uno escoge. Alguien más dijo (creo que Borges) que los verdaderos amigos no necesitan verse o saber del otro siempre. Yo creo en ello cada vez que pienso en ese puñado de personas que tanto quiero, que tanto lastimo, que tanto amor y violencia me han generado. Y pienso en eso cada vez que la evoco, cada vez que le escribo cartas imaginarias, cada vez que nos recuerdo –jóvenes y hermosos– en el pórtico de Letras. Una vez soñé contigo, autoapodada chica dragón. Cazar dragones debe ser un arte estúpido, te decía (mientras fumaba). , pero es un arte valiente, me respondiste. 

Luego 
tú 
dragón 
alzaba(s) 
vuelo

lunes, abril 08, 2019

XXI. Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida


DÍA VEINTIUNO: lunes 8 de abril 


Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida. Dejé de escribir en este espacio por falta de tiempo, no porque haya retomado el arte de consumir cigarrillos. Me mantengo intacto de tabaco y demás sustancias. La cuarentena ya se cumplió, pero mi abstinencia continúa: aún no he fumado. Hay (muchas) más ganas, aunque también un poco más de control. A veces siento demasiada ansiedad (ganas de soltarlo todo y largarse), pero aparecen nuevas certezas que calman, estremecen, enrumban: ya no estoy hablando solo de los cigarrillos. Después de todo, esto siempre ha sido un pretexto –una posibilidad– para escribir. Es cierto que he estado a punto de quebrar el pacto y correr a comprar una cajetilla para reventarme la boca fumándome el paquete de una sola vez (idea para un video estúpido en YouTube: un sujeto se introduce todos los cigarros que caben en su boca e intenta encenderlos, y fumarlos todos, a la vez). Pero desistí. También es cierto que he olido demasiado cerca el tabaco de algunos acompañantes: envidio su condición de sujetos que no necesitan demostrarse su capacidad de contención. En fin. Quise probar con inhaladores digitales pero creo que me identifico como un sujeto más o menos analógico: uno envejece sin que lo note con claridad. La escena del cigarrillo virtual, imaginado, ficticio, recreado, me sigue sosteniendo. Pero no basta. Así que aquí estamos, cínico lector: hoy cumplo sesenta días sin fumar. 

Cuando me propuse esta cuarentena de autocontrol (y autoconfesión), supuse que algo así pasaría. Que en algún momento se interrumpiría esta simulación de diario personal. Quizá no había calculado que oficializar mi trabajo como docente universitario me consumiera tanto tiempo. Confieso que desde hace algunos años me dedico a este rubro –el arte de convencer a jóvenes incrédulos de leer (y reflexionar) los textos que yo les asigno–, pero creo que antes no me había esforzado tanto por diseñar los cursos que este ciclo ya estoy dictando. El porqué tiene muchas respuestas, pero la principal es enteramente pasionaria: me gustan los temas que ahora enseño. Trabajo gozoso. Aunque agotador. En días como hoy, en que regresaré a casa golpeado por el cansancio, queriendo una ducha, una cama, un cuerpo para amar, me pregunto si sentirse así tiene sentido: es un acierto que todavía pueda contestarme sí. 

Yo, en una foto divertidamente posera, durante esos días en que anduve encerrado en la biblioteca.
La foto la tomó K., que anda desaparecida de las redes y se le extraña (más).

Por supuesto, como suele gustarme, me doblé la apuesta. Si termino los días agitado y en lamento es porque mi horario está exigente. Me levanto muy temprano y me acuesto muy tarde; y en el intervalo, hago demasiadas cosas. Pero está bien, no me quejo (del todo). Ya era necesario retomar ciertos temas y ocuparse de algunas decisiones. Veo poco a mi familia y no paso mucho tiempo de calidad con K. Tampoco webeo tanto como quisiera. Lamentación en clave cliché: a veces extraño esos días en que, luego de alguna clase aburrida, me iba al bosque de Letras, con baños inmundos, y, allí, abandonado, me ponía a leer o fumar, despreocupado. Fin del episodio cliché. Ahora soy un sujeto ocupado. Tanto, que empecé a esbozar estas palabras en los resquicios entre clase y clase, mientras vuelvo a casa, en los extramuros de esta ciudad, cuando cierta ansiedad aparece y no se calma. 

Entonces me rehúso a retomar los cigarrillos sin haber terminado la ¿promesa? de escribir cuarenta entradas aquí. Cuarenta textos breves que testimonien algunas ideas, un par de sensaciones, experiencias, goces (negados o acontecidos), en relación al arte de fumar. No pretendo decir algo importante o trascendente, solo quiero hablar desde la cotidiana abstinencia, desde la más elemental y común capacidad para no ceder. Así que esta es mi forma de retomar. En estos primeros días de clases, cuando empiezo a sentir el ciclo en su intensidad y a rezar en los dioses que no creo para que, por lo menos, la mitad de matriculados se retire del curso (para poder corregir menos y mejor), pienso que puedo sumarle unas monedas extras a la apuesta de la vida y, también, ocuparme de escribir este diario digital. Le haré caso a papá Bob que, precisamente, me está cantando "don't think twice, its alright". Ojalá que sea así.