miércoles, febrero 27, 2019

XVIII. Sueño (desnudo) de una noche de verano


DÍA DIECIOCHO: lunes 25 de febrero



Hace dos semanas y media que no fumo. Es lo que te dices, mientras te observas al espejo. Estás desnudo, no llevas barba y tienes el cabello muy corto, casi rapado. Miras tu sexo con ternura, tocas la punta de tu cuerpo enamorado. Hay algo en tus ojos que te perturba: una forma de mirar que no reconoces en ti. Introduces tus dedos, retiras los globos oculares con facilidad. Los limpias. No hay sangre, no hay dolor, no hay miedo. Solo un par de cavidades vacías y húmedas. ¿Cómo puedo ver todo esto si mis ojos están aquí debajo, entre mis manos? La persona que te acompaña, acabas de notarla, no te responde. Una música suena a lo lejos. Una radio mal sintonizada, quizá es mi tornamesa con algún disco sucio, piensas. Entonces notas que esta no es tu casa: pero es un lugar familiar. Reconoces a lo lejos unos libros tuyos –la poesía completa de Borges, unos ensayos sueltos de Gutiérrez–, hay fotografías con ella, también una maleta semiabierta, tu cenicero está limpio. 

Pero no te mueves, sigues mirándote al espejo. Quieres descubrir allí algo sobre ti que no sabrás jamás. Entonces algo pasa. Ahora no lo recuerdas (los sueños se olvidan rápido), pero el escenario cambia. Ya no estás frente a un espejo, en esa habitación, sino en la universidad. Estás frente al grupo de estudiantes, estás hablando, sigues desnudo, pero nadie parece notarlo. Algo más, una cosa muy importante: tienes un cigarrillo encendido entre los labios. ¿Sobre qué estás hablando? Tampoco lo recuerdo, pero ellos te prestan atención. Son muchos, demasiados. Sientes vergüenza, quizá miedo, sales del salón.

Triple autoretrato (1960), Norman Rockwell

Aquí ya todo se confunde (más). Estás caminando, creo que corres, sabes que estás desnudo pero ya no te importa. ¿Hacia dónde vas? Sigues sosteniendo el cigarrillo, quieres sacarlo de tu boca pero no puedes, se ha pegado a ti. Piensas que si desarmas tu rostro quizá este pueda salir. Entonces inicias: retiras los dientes, la piel, la lengua (es larga y rojiza). Nuevamente, no hay sangre, no hay dolor, no hay miedo. Pero el cigarrillo no se desprende. Sigue unido a ti. Entonces pruebas sacando la nariz, la mandíbula tosca, otra vez los ojos, el cabello, las orejas, el cerebro. Ya no hay nada. Lo estás viendo, en tercera persona, en primer plano. Ves cómo Oswaldo se desarma la cara para quitarse el cigarrillo. Y ves cómo este no sale. Porque allí, en el espacio donde deberían estar sus labios gruesos, sus ojos tristes, esa piel marcada, ya no hay nada: solo el cigarrillo sosteniéndose en el vacío. Imperturbable, invencible. El cuerpo sin rostro manotea, desolado.

Entonces te despiertas. Aún es de noche, pero ya no podrás volver a dormir.

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