sábado, febrero 16, 2019

VI. Esto no es una entrada de blog

DÍA SEIS: miércoles 13 de febrero


Escribo con retraso, las líneas que ahora anoto las publicaré recién en un par de días. En ese sentido este es un diario rezagado. No es fidedigno ni exclusivamente directo (lo edito y reescribo más de lo que debería para considerarlo así). Creo que lo publicado aquí resulta una suerte de aproximación a lo real: «verosimilizante pero no necesariamente verdadero», como nos ha enseñado Sarlo. Sé que esto recoge algunas desventajas. La pérdida de lo inmediato, por ejemplo, esa belleza adictiva que contiene el breaking news (una de las poquísimas cosas que extraño de cuando fui periodista). Pero quizá sea mejor así. Todo testimonio (aún el más creíble) tiene un componente de re-creación que muchas veces no se ajusta a lo que otros también testimonian sobre el mismo evento. No estoy invalidando lo que el o la sujeto relata como propio –como legítimo y vivido–, solo señalo el componente ficcional que todo relato personal posee. Las autobiografías célebres, esos documentales intimistas, las memorias publicadas… todo contiene su cuota de ficción: también las palabras que lees en este espacio digital.

Comento esto porque hoy, aquí, quería relatar que toda la tarde se me fue viendo un streaming en el que se decidía mi futuro laboral más o menos próximo. Estaba boceteando la descripción de esta escena –el sujeto que mira y escucha nervioso la lectura de un acta final–, pero mientras escribía esto, lo que relataba me pareció poco creíble, inválido, falso. ¿Qué viabilidad tiene narrar en autobiográfico?, dudé. Y ya sé que la tiene (la singularidad subjetiva que cada uno ofrece, por ejemplo, ese lugar desde el cual solo tú puedes testimoniar). Pero, en ese rato, cuestionado, abandoné la descripción de cómo me retorcía ansioso en el asiento y me puse a elucubrar el párrafo anterior, ese que ya leíste. Creo que así queda mejor.

Comencé a escribir estas líneas desordenadas el miércoles por la noche y recién hoy, sábado de resaca, las acabo. En el trayecto desde ese día hasta hoy, me he preguntado si lo que aquí escribo debería ceñirse a una temática específica (los cigarrillos, la voluntad para aceptar su abandono) o si debería continuar con la narración de, so pretexto de mi cuarentena de tabaco, algunas otras cosas que hago en esta misma temporada de abstinencia. He venido haciendo esto último porque considero que la comprensión de cualquier evento (de cualquier decisión, incluso) no puede (no debe) registrarse aisladamente: necesitamos tener un panorama macro, complejo, polivalente, para comprender mejor. Inscribo mi decisión de no fumar bajo esa misma lógica, por ello cuento que estaba muy nervioso esa tarde de miércoles –mi sexto día sin fumar–, mientras miraba una transmisión en vivo y sin poder aplacar mi ansiedad con cigarrillos. Creo que por eso repetía, a cada rato y para mí, un ¡mierda! paliativo.

(Pero, nuevamente, me pregunto hasta qué punto todo este detalle verosimilizante resulta destacable, atractivo, necesario).

El evento duró un poco más de tres horas y yo, desde mi escritorio primero y luego abandonado sobre mi cama, miré cómo el conflicto acontecía. En San Marcos, la universidad pública más grande del país, la violencia es un asunto cotidiano. Las frecuentes protestas políticas, la guerra interna que desapareció estudiantes, la pobreza, lo han hecho así. Para el sentido común sanmarquino el reclamo es un componente elemental. Y este siempre conlleva violencia. Porque reclamar es interrumpir cierto estatus normalizado, un estallido en el supuesto bienestar calmo. Yo estoy parcialmente de acuerdo con eso. Y eso está presente, de diversos modos y matices, en toda la universidad. Por lo que así también fue en la reunión que veía nervioso:

El asunto estuvo divertido por momentos, es cierto. También ridículo en otros. Pero recién pude disfrutarlo luego del anuncio. Antes (una temporalidad que alude a los minutos previos de lectura del acta, pero también a los días preliminares cuando la espera me desquiciaba), estuve intranquilo y sudoroso. En fin, el punto es que ingresé –otra vez, pero esta como docente ordinario– a San Marcos.

Dos cosas sobre esto: una optimista y la otra confesional. La optimista es que el ingreso aún falta validarse. Puede que alguien impugne el proceso y que, valiéndose de una webadilla que me da flojera explicar ahora, le hagan caso y anulen el concurso. Esto sería un poco triste, pero bastante ridículo. No obstante, confío en que no sea así, de allí que este sea el asunto optimista. Lo confesional radica en que me da vergüenza haber sacado uno de los puntajes más bajos de los ingresantes. Me siento como el cachimbo que ingresa en el puesto 24 de 24 vacantes: al tope, casi raspando, justito. Y aunque, en mi defensa, diré que soy el más joven de los profesores ingresantes y que los otros obtuvieron más puntaje por sus libros publicados (yo aún estoy esperando la confirmación de una revista supuestamente indexada que no sé por qué carajos aún no responde las revisiones levantadas), el roche permanece.



Esto no es una pipa
, el famoso cuadro de René Magritte. Lo pintó en 1929.

Ese es el asunto. En su serie La traición de las imágenes (¡qué buen nombre!), Magritte presentó su famoso cuadro Esto no es una pipa. Así hacía alusión a que eso que todo el mundo veía no era el objeto que conocían como una pipa, sino solo una representación. Esa es la idea con la que quiero cerrar esta entrada. Siguiendo a Magritte –y salvando las diferencias abismales y burdas, obviamente– podríamos jugar a parafrasear que esto, lo que ahora lees, no es una entrada de blog: es, más bien, el recuento verosimilizante de qué hice la tarde-noche del trece de febrero. Hacia el final del día, un poco satisfecho –e ilusionado– con los resultados, me dieron ganas de fumar un cigarrillo celebratorio. Esos que tanto fumé y amé. Lo cambié por un breve shot de pisco: espero no terminar reemplazando una adicción por otra.

(Eso último fue el comentario irónico e innecesario, quizá incluso algo forzado, para cerrar el texto. Lo sé. Creo que esa era la intención.)


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